Capítulo 1: Solitaria

Era una tarde de verano despejada, sin nubes que anuncian la lluvia, sin charcos de agua que dicen que había llovido antes, niños jugando en el parque... Era una tarde normal, como todos los días.

Cierta casa de aspecto japonés tradicional estaba vacía, no hubo nadie. Ni siquiera nadie echándose la siesta, nadie limpiando la casa... No había nadie en aquella casa...

...hasta que alguien abrió la puerta principal. Era una chica bastante alta, con el cabello negro y largo, con gafas y por el aspecto de su ropa, parecía venir de una reunión importante; aunque no demasiado importante...

Sumika Murasame había llegado finalmente a casa, cerraba la puerta en cuanto entraba en casa.

“No me admitían... Ya es la tercera vez que me pasa esto...” Decía la frustrada Sumika, mientras se dirigía a su habitación con jadeos de cansancio.

En cuanto Sumika entraba en su habitación, se despojó de su traje formal (chaqueta y falda hasta los tobillos), y se puso su ropa de “estar en casa” (que consistía en un pantalón sencillo y una camiseta blanca) para que ella se pusiera cómoda... especialmente ese día, porque venía bastante cansada, por lo visto.

No obstante, en cuanto se sentó en la silla de su escritorio, su humor rápidamente cambió de frustrada a contenta. Y fue cuando había visto que seguía conservando la foto que se hizo con Ushio Kazama juntas... Su mejor amiga...

“4 años, Kazama... Tal vez más... Estamos juntas desde hace más de 4 años...” Sumika se dijo para sí misma.

De repente, el estómago de Sumika empezó a rugir, y eso era señal de que tenía hambre.

“Agh... No he comido nada desde las 12 en punto, en cuanto estaba dando el viaje para que me contraten en aquel trabajo...” Sumika miró su reloj de muñeca; eran las 18 horas en punto de la tarde, y eso que a las 12 había comido muy poco.

Sumika se levantó de su silla, y salió de su habitación para ir en camino a la cocina. Una vez allí, abrió la nevera y cogió un plato de ensalada, cerró la nevera y cogió un tenedor de uno de los cajones cercanos al fregadero.

“Ayer sólo comí la mitad de esa ensalada, no tenía tanta hambre que decidí guardarlo en la nevera como sobras. Me lo comeré ahora, antes de que se ponga malo o lo que sea...”

Se dirigió al comedor, puso su plato y tenedor en la mesa, se sentó y empezó a comer su ensalada con un ritmo un poco lento; de esta forma le permitía pensar y meditar tranquilamente sobre su futuro.

Algunos minutos después, Sumika terminó con su ensalada, se levantó, cogió el plato y tenedor, se dirigió a la cocina y los puso en el fregadero.

Luego, ella se dirigió a su habitación y se echó a reposar en su colchón. No hay nada mejor que una buena siestecita después de comer.

Cerró los ojos e intentó dormir, pero pese a que hayan pasado 15 minutos intentándolo, seguía sin lograr dormir.

“Genial, otro día sin siesta...”

Sumika se levantó del colchón y se dirigió de nuevo hacia su escritorio, dio un pequeño vistazo en cierto rinconcito y puso su mano ahí para recoger algo.

“La carta por parte de nuestra criada... Recuerdo que se fue por asuntos familiares, pero fue hace casi medio año, cuando yo cumplía los 19 años, y mi familia me dijo que ella se fue para su pueblo para cuidar a su propia familia... además también porque yo ya soy mayor para vivir sola, por supuesto.”

Ese “algo”, era la carta de la criada de la familia de Sumika. En la carta estaban escritas las razones que Sumika misma había dicho hace un segundo, añadiendo un poco de dramatismo, aunque a decir verdad eso último debía haber sobrado para poner otra cosa más importante, pero era comprensible si nos ponemos en la situación de la criada.

“Ahora que me acuerdo... Mi familia entera se había embarcado hace medio año en una especie de viaje por un torneo de karate para conseguir el gran premio; yo no fui. Estábamos hablando mi padre y yo por teléfono recientemente y me contó que sus alumnos están mejorando bastante, y fue porque yo les motivé; yo, cinturón negro de karate había motivado a los alumnos de karate... Qué ironía, ahora que lo he dejado, me siento algo más útil para ellos, después de todo.”

La única razón para que Sumika dejara el karate, fue porque quería parecerse más linda y femenina para que su amiga del alma, Kazama, se fijara en ella... Evidentemente, ésa era su razón secreta, porque nadie más lo sabía.

De pronto, sonó el teléfono móvil de Sumika. El sonido provenía de uno de los bolsillos de la chaqueta de Sumika.

“¡Ay...! ¡Se me olvidó el teléfono móvil en mi chaqueta!” Sumika se levantó de la silla de golpe y corría hacia el armario, donde había guardado su chaqueta y falda, examinó uno de los bolsillos de la chaqueta y a la primera acertaba a la hora de coger su teléfono móvil. Seguidamente miró a la pantalla de su móvil para ver quién le llamaba: era Kazama. Eso ya le alegraba todavía más el día. Pulsó el botón de coger la llamada.

“¿Diga?” Simuló Sumika.

“¡Hola, Sumi-chan!” Respondía la dulce voz de Kazama.

“¡Hola, Kazama, me alegra escucharte!” Sumika sonrió.

“Yo también, Sumi-chan.”

“¿Cómo va esa búsqueda de trabajo?”

“Oh, muy mal; todavía no he encontrado nada... ¿Y tú cómo vas?”

“De hecho, acabo de volver a casa después de que me rechazaran en otro trabajo... Agh, maldita crisis...”

“No te preocupes, Sumi-chan, estoy segura de que nosotras conseguiremos trabajo.”

“Espero que sea así de fácil, Kazama, de verdad...”

Justo después, hubo un silencio de unos 5 segundos, y eso era señal de un cambio de tema próximo.

“Bueno, Sumi-chan, he estado pensando...” La voz de Kazama seguía escuchándose en el móvil de Sumika.

“¿Eh? ¿Sobre qué?” Sumika preguntaba por curiosidad.

“¿Desde cuándo estás sola en casa?”

“Eh, bueno... Desde hace medio año... Mi familia se fue de viaje por un torneo de karate y nuestra criada se fue a su pueblo por asuntos familiares. ¿Por qué?”

“Es que creo que necesitas algo de compañía, ¿no crees que sería algo triste ver cómo una chica como tú regresase a casa y nadie la recibe?”

En ese momento, la mente de Sumika empezó a trabajar y gracias a ello, se imaginaba una escena hipotética:

“My honey! ¡Ya he vuelto a casa!”

“Darling! ¡Cuánto me alegro de verte! ¿Sumi-chan, quieres cenar? ¿O ducharte? ¿O me... prefieres... a mí?”

No era la primera vez que Sumika se imaginaba esa misma escena de la que tenía hace 4 años, y cada vez que lo hacía, gritaba debido a la excitación por la escena; sin embargo, esta vez aguantaba y no gritaba, para no levantar sospechas ante Kazama o que ella pensara que tiene a una chica rara como mejor amiga.

“¿Sumi-chan?” Kazama parecía preocupada “¿Estás ahí?”

“¡Ah! ¡Perdona, es que estaba pensando... en una cosa que ya había hecho!” Sumika mentía disimuladamente.

“Ah, de acuerdo; volviendo al tema: creo que sería mejor que de vez en cuando quedaríamos con las demás en tu casa, para que no te sientas tan sola, ¿qué te parece?”

“¿Las demás? ¿Te refieres a Kiyori-chan, Tomoe y Miyako?”

“¡Sí, claro, y aquella chica con la que le ayudaste a hacer su libro! ¿Cómo se llamaba...?”

“Ah, ¿te refieres a Aoi-san?”

“¡Sí, ella! ¡Podríamos pasar el rato juntas para que no estés tan sola siempre! ¿Qué me dices?”

La propuesta de Kazama era, por una parte tentador y por otra parte lo rechazaría. Sumika querría estar con Kazama a solas... sobre todo teniendo a amigas como Tomoe y Miyako, especialmente a Miyako. Sin embargo, le alegraría el día mucho si tiene a su lado a Kazama durante toda la tarde.

“De acuerdo, me parece bien la idea. ¿Cuándo quedaremos en mi casa?” Sumika respondió.

“Pues ahora mismo, si no estás ocupada.” Kazama dijo.

“Vale, quedamos ahora mismo, yo ya llamaré a Aoi-san para que venga a mi casa, ¿llamarás a las demás?”

“¡Por supuesto! ¡Hasta ahora, Sumi-chan!”

“Hasta ahora, Kazama.”

Sumika le dio al botón de “terminar la llamada” en su teléfono móvil, y después dio unos saltos mientras recorría por toda la solitaria casa.

“¡Kazama va a venir, Kazama va a venir! ¡Genial, genial, genial!” Sumika cantaba constantemente durante un minuto entero.

Después, estando en la sala de estar, decidió parar y llamar a su amiga Azusa Aoi. Tecleó en su móvil su número para llamarla y proponerle a quedar en su casa con el resto de las amigas.

Una vez introducido el número, esperaba la respuesta de Azusa.

“¿Murasame-san?” Azusa respondía diciendo el apellido de Sumika.

“¿Eh? ¿Sabías que era yo?” Sumika se extrañaba debido a la respuesta no-común.

“Te tengo en la lista de contactos de mi teléfono móvil, y veía tu nombre en la pantalla.”

“Ahhhh, vale... ¿Pero no crees que es más educado responder siempre con un “diga” o algo parecido?”

“Eh... Bueno, ahora que lo dices, es verdad...”

Azusa siempre admiraba a Sumika, porque pensaba que ésta entendía su teoría del amor entre las chicas: que es frágil y puro y que debe hacerse sin que nadie más lo supiera. Azusa ha sido siempre escritora de doujinshis Yuri, y de vez en cuando Sumika le ayudaba en cuanto a cabos sueltos argumentales, faltas de ortografía..., tanto que, si Sumika no la hubiera ayudado, sus doujinshis no hubiesen llegado tan lejos.

“Bueno, te llamaba para proponerte una quedada en mi casa, con las demás.” Sumika dijo.

“¿Ah, sí? ¿De verdad?” Azusa respondió.

“Sí. Además, recuerdo que viniste sólo un par de veces a mi casa. ¿Te sabes la dirección?”

“¡Sí, sí! ¡Me encantaría venir!”

“¡Genial, gracias!”

“¿Cuándo será?”

“Ahora mismo, claro.”

“¡De acuerdo, iré para allá!” A Azusa se le veía contenta, por el tono de voz en el móvil.

“Vale, ¡hasta ahora!”

“¡Hasta ahora, Murasame-san!”

Sumika pulsó el botón de “terminar la llamada” de su teléfono móvil.

“Creo que Aoi-san llegará antes que las demás, porque vive más cerca de mí que todas ellas...”

Sumika dirigió sus pasos hacia el cuarto de baño para prepararse para causar una buena impresión hacia Kazama...